El
hemisferio cerebral izquierdo, por escindir la
subjetividad (que es unidad, globalidad, totalidad), crea la dualidad. Ya no
hay una sola totalidad que lo llena todo, sino que pasa a haber un dentro y un
fuera, un yo y unos otros y, lógicamente también, una causa y un efecto.
Así pues, todo
proceso perceptivo de ese hemisferio cerebral es causal, hay siempre una causa
con su consiguiente efecto. Y de ahí que nuestra ciencia convencional, que es básicamente
la ciencia del hemisferio cerebral izquierdo (la ciencia newtoniana y
cartesiana) deseche y, en general, considere poco menos que patológica toda información
aportada por el hemisferio cerebral derecho.
Resulta fácil
comprender que una percepción dual establece sus postulados mediante un proceso
de comparación y contraste entre los opuestos. Y eso es razonar y es también,
siempre, enjuiciar y objetivar. Un enjuiciamiento que, por su radicalidad
bipolar, supone no solo una conclusión, sino también una exclusión. Porque elegir
entre dos extremos presupone, inevitablemente, excluir uno de ellos. Y excluir
es condenar, es echar fuera.
Todo juicio, por
tanto, comporta considerar algo o a alguien culpable, por tanto, comporta
considerar algo o a alguien culpable por el solo hecho de haber considerado
algo o a alguien inocente, y echar fuera es la forma de ejecutar el castigo.
Bien, pues eso es
precisamente lo que hacemos con la enfermedad. Porque somatizarla es intentar
echarla fuera de nosotros, por tanto, el hemisferio izquierdo es también el que
crea la moral, al contrastar lo que consideramos adecuado con lo que
consideramos inadecuado.
O sea, entre lo “bueno” y lo “malo”. Solo que, por
tratarse de conceptos, cada persona o etnia puede juzgar el bien y el mal desde
una distinta polaridad. Una polaridad que, indudablemente, identifica siempre
el bien con el propio yo. O sea, bueno es aquello que es (al menos así lo creo)
adecuado para mí. Y malo, lo contrario. Por eso no es de extrañar que haya casi
tantos conceptos de moralidad como personas y que la moral cambie cuando
cambian los conceptos sobre los que se sustenta. Interpretación moral que consideramos objetiva, cuando en realidad ha
sido dictada por las líneas rectoras de la cultura personal y social, así como
por las adicciones emotivas profundas que tenemos todos.
Y digo todo esto
porque es importante comprender, de cara a la terapia, que “recordar” no es
volver a vivir una experiencia, sino llevar a la conciencia la interpretación,
no el hecho. Porque lo que cura no es “recordar”, sino vivenciar de nuevo ese
hecho traumático.
En definitiva, la percepción
del hemisferio cerebral izquierdo no nos da la Realidad, solo una forma de
percibirla, por mucho que la ciencia convencional la considere la única forma válida
y real de percepción.
El
hemisferio cerebral derecho, por el contrario, es analógico,
es decir, establece las relaciones por semejanza. En el mundo de la analogía,
por ejemplo, una gota de agua en el océano es como (y ese “como” ha de
entenderse en el sentido de semejante, no de idéntico) a todo el océano.
El cerebro derecho es
intuitivo, así que no escinde, no divide. Antes bien, es siempre impactado por
estructuras globales, holísticas. Pero lo más importante es que es altamente
emotivo, que en él se albergan los sentimientos. De ahí que toda analogía (que
carece de abstracciones mentales y de conceptos) nos llegue siempre viva, con
toda su carga de dolor o de gozo, aunque
si establezca correlaciones simbólicas. Porque las analogías tienen su lenguaje
en las imágenes, símbolos y arquetipos. Y el sueño y la mitología forman parte
de ese lenguaje.
Por eso, por el carácter
fundamentalmente simbólico de las analogías, puede establecerse la correlación holística
de que la parte es como el todo, que una gota de agua del océano es “como” el océano
todo, lo mismo que puede afirmarse que una imagen de Cristo puede llevarnos a
la comprensión de Cristo vivo.
Por otra parte, el
hemisferio derecho es ético, no moral. Y es preciso distinguir claramente entre
esos dos conceptos porque las instituciones (y no solo las religiosas) suelen
ser proclives a considerar ético lo que solo es moral.
La auténtica ética está
grabada en la conciencia ontogénica, es una herencia de nuestra filogénesis evolución
de la vida desde su origen hasta nosotros; es decir, está dentro de nosotros,
no en tablas de piedra no en los códigos de tantas instituciones oficializadas.
Es importante también
saber que el hemisferio cerebral derecho jamás interpreta, sino que muestra
siempre hechos concretos, hechos no que “recuerda”, sino que vivencia, porque
le llegan impactantes, cargados de emotividad.
Por tanto, mientras
el hemisferio izquierdo es unidimensional, lo que le lleva al argumento y al
concepto de finalidad, el hemisferio derecho, por el contrario, es holístico,
multidimensional. Y, evidentemente, tampoco es discursivo. Cuando el místico
vive a Dios, vivencia un hecho auténticamente holístico. De ahí que esa
experiencia resulta inefable, que no pueda explicarse con palabras.
Es decir, el
hemisferio derecho tiene un carácter holístico, no unidimensional y no
cuantitativo, sino cualitativo, porque no cuantifica ya que no escinde ni
contrasta; solo muestra, impacta. Y cada uno de esos impactos es global,
completo en sí mismo. No divide, como el hemisferio izquierdo, sino que
integra, y como el hemisferio derecho la información le llega como impacto
vivo, como una información holística, es evidente que no conoce el tiempo. Porque
para eso hace falta un proceso dual, analítico, y discursivo, como el
hemisferio izquierdo.
El hemisferio derecho
se mueve en el espacio y, como en los sueños, hay un escenario, pero la obra
que en él se representa no sigue un orden temporal.
La enfermedad es desarmonía,
y ésta viene generada ya (y este es el
mayor de los traumas) por la división del cerebro en dos hemisferios. Bueno, en
realidad por no asumir esa lateralización,
porque en lugar de aceptarla, de ser conscientes de ella y, en consecuencia,
intentar armonizarla con una sincronización cerebral, lo que hacemos es
enfrentar el hemisferio izquierdo al hemisferio derecho, intentar no la integración,
sino la victoria de uno sobre el otro.
Es la guerra de los
dos hemisferios. Y toda guerra incluida las que proyectamos al exterior y provocan holocaustos físicos, es una sola
guerra: la de los dos hemisferios cerebrales.
Pero la medicina
convencional, se niega a aceptar que la etiología de la enfermedad pueda estar
fuera de las ondas beta, porque ha sacralizado el hemisferio izquierdo y ajusta
su metodología terapéutica a las características básicas de la percepción causal
que, a entender de esta medicina es la única percepción válida. Es decir,
entienden que toda enfermedad debe tener una causa que pueda ser objetivada. Lo
que, lógicamente, la lleva a buscar la causa de las enfermedades en algo ajeno
a nosotros mismos y a establecer relaciones causales que puedan ser físicamente
constatables mediante procesos lógicos.
Por ejemplo, la
medicina convencional nunca podrá aceptar que una niña con los pechos
desmesurados, que es objeto de burla por esa hipertrofia, lance su energía vital
contra esos pechos y acabe dañándoselos e, incluso acabe generando un cáncer de
mamas si otros daños anteriores alimentan esa actitud castradora.
Para la medicina
convencional, que en todo momento debe establecer relaciones observables, la
causa de ese cáncer tan solo puede ser un crecimiento anormal celular, lo que
equivale a decir que la causa de ese cáncer es el propio cáncer, y, así se
combate la enfermedad, combatiendo su sintomatología como si la sintomatología fuera
la enfermedad. Y la sintomatología es solo un mensaje del yo a través del
cuerpo para hacerle ver que algo va mal y debe rectificar aquellos aspectos de sí
mismo que son la causa de la desarmonía que le está dañando y que son la auténtica
causa de la enfermedad. Un mensaje que
la medicina convencional no atiende
porque no comprende.
Para la medicina, a pesar de lo que se dice, no hay
enfermos, sino enfermedades. Y las tiene todas perfectamente clasificadas como
si fueran entes vivos, reales. Y como es segregadora, analítica, sus
conclusiones siempre son: a mas gérmenes (que esa medicina cataloga de patógenos
porque siempre tiene que haber un enemigo), mas enfermedad, hay lesiones que la
medicina convencional puede intentar resolver con eficacia, pero hay otro tipo
de daños que no.
Porque no se puede extirpar una depresión con bisturí, aun
cuando ese bisturí sean psicofármacos, ni pueden extirparse quirúrgicamente las
causas profundas de, por ejemplo, un cáncer, porque las causas profundas de
toda enfermedad no son las bacterias, ni virus, sino los daños de nuestra biografía
oculta que conforman nuestro yo. Y solo llevando a la luz del discernimiento (de
una comprensión o sincronización cerebral entre ambos hemisferios) esos cúmulos
emocionales que son muy concretos y personales, que no pueden ser clasificados,
ni catalogados mediante preconceptos, solo entendiendo que la enfermedad somos
nosotros, solo así, con una terapia de esfuerzo por parte del enfermo, podremos
recuperar la armonía y curarnos. Joaquín Grau
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